11 de noviembre de 2013

"Lest we forget"

La primera vez que escuché la expresión Remembrance Day fue de adolescente, en la letra de "Sand in your shoes", una de las canciones de aquel álbum genial de 1976 titulado Year of the Cat, considerado la obra maestra de Al Stewart. "On Remembrance Day/ the bands all played,/ the bells pealed through the park", cantaba el escocés, y uno se imaginaba una fiesta cívica multicolor. La cosa es así, pero no tanto.

Porque es cívica y es multicolor, pero jamás la llamaría fiesta. Los británicos recuerdan cada 11 de noviembre a sus caídos: los soldados muertos en las dos guerras mundiales y, por extensión, en cada una de las guerras en las que han participado sus ejércitos, que han sido muchas. En realidad, el día 11 solo culmina lo que han sido tal vez dos semanas de actos y homenajes personales y colectivos. Desde hace muchos días, cada noche vemos fuegos artificiales sobre diversos puntos de la ciudad; y es muy frecuente ver en las solapas de los habitantes de Brighton una pequeña amapola de papel que es homenaje a los caídos y que se vende a cambio de la voluntad en colegios, hospitales, oficinas y mil y un lugares. Mis hijos se acercaron anteayer a uno de los voluntarios que las ofrecía a las puertas de un gran supermercado de las afueras de la ciudad, atraídos por su vistosa boina emplumada y por las condecoraciones de su pechera. El viejo militar les habló de lugares distantes -Egipto, Corea- en los que había combatido hacía 60 años. La campaña Poppy Appeal sirve para recaudar fondos para The Royal British Legion, una ONG que se ocupa de los combatientes, de los veteranos y de las familias de los héroes muertos y que participa activamente en los actos que los conmemoran. En ella colaboran británicos de todas las edades, razas, orientaciones políticas y religiones.

La señora Dunkerton, que es una mujer francamente especial, era la más indicada para explicarnos el significado del Remembrance Day y así lo hizo hará cuatro o cinco días. Para ella, la amapola que nace supuestamente de la tierra bañada por la sangre bermeja de los cadáveres debe recordarnos que estamos en deuda con quienes dieron su vida por defendernos, pero también, sin duda, que las guerras son en sí algo odioso que no se debería repetir jamás. Por ello, me parece a mí, se trata de una celebración íntimamente patriótica, pero carente de euforia.

Quiero entender esta celebración, que no fiesta, como una extensión de ese espíritu asociativo que tanto admiro en el pueblo británico: más que exaltación patriótica, se trata de un acto de reafirmación de los valores comunitarios. Ayer, Remembrance Sunday o domingo anterior a la fecha, lo he podido comprobar en el desfile y los servicios religiosos que, como en Londres y en todas y cada una de las localidades del Reino Unido a distintas escalas, tuvieron lugar en Lewes. En ellos participaron veteranos de todas las guerras y cuerpos armados, cadetes, miembros de cuerpos de servicios oficiales y no oficiales (policía, bomberos, scouts), representantes de la judicatura, del condado, del ayuntamiento, de las diversas iglesias, de charities varias... Niños, jóvenes, adultos y veteranos participaban en un acto que era de serena reafirmación colectiva, no basada en rasgos de identidad inamovibles ni en enemigos identificables, sino más bien en la colaboración entre los miembros de una sociedad civil viva y rica en asociaciones solidarias, clubes deportivos y de ocio, sociedades científicas o comunidades de culto, que en este caso se reúnen para agradecer a sus caídos las libertades que ellos contribuyeron a preservar. En estos actos se pone de manifiesto el estrecho vínculo que en este sabio país se da entre los mundos civil y militar. Esa falta de solución de continuidad, palpable en la indumentaria de los veteranos de guerra, es uno de los factores de la cohesión institucional británica: lo militar no es un cuerpo extraño en el tejido social, sino un estamento más en el que las virtudes ciudadanas se aprecian como en el que más.

Cuando en la Calle Mayor de Lewes se tocó silencio y los gastadores rindieron sus estandartes ante el cenotafio local y las coronas depositadas a sus pies, durante dos minutos no se oyó el volar de una mosca. Un hombre de mediana edad en evidente estado de embriaguez se cuadró, dejó que la botella que empuñaba reposara discretamente junto al cuerpo y llevó la derecha a la sien en apretado y marcial saludo; me dio la sensación de que solo a duras penas mantenía la posición de firmes, pero también la de que se hubiera dejado aspar antes que renunciar a presentar sus respetos.

Hoy, día 11, se cumple oficialmente el aniversario del armisticio de 1918 y por ello en toda la Commonwealth se recuerda a los muertos en acción de guerra con dos últimos minutos de silencio a las once de la mañana. Recordar a las víctimas de nuestros enemigos ("Lest we forget") no es expresar odio hacia los otros; es, más bien, celebrar los valores positivos que nos acompañan más allá de la desaparición de los individuos; es asegurar que los miembros de esta sociedad se apoyan cuando lo necesitan y que las familias de los que dieron su vida por ella seguirán sintiendo ese apoyo, porque esas víctimas no sufrirán ni el olvido ni la ingratitud. El recuerdo de los caídos está asociado a las libertades en las que creyeron. Y el respeto a los valores cívicos comunes y a las formas sin estridencias que los vehiculan hacen del británico un pueblo privilegiado: pasarán los siglos y esas formas seguirán dando testimonio de un pueblo tolerante y cohesionado como pocos.

(Fotos propiedad del autor. Publicado en mallorcadiario.com, 11 de noviembre de 2013)













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