4 de febrero de 2014

El poder del amor

En las instituciones locales inglesas, los funcionarios destinados a celebrar los matrimonios civiles son los registrars. En el municipio de Brighton & Hove, el senior registrar se llama –para gran diversión de los contrayentes- Trevor Love. He leído en el número de febrero de la revista local Absolute una entrevista con este funcionario (titulada, claro está, "The power of Love") acerca del reciente cambio legislativo por el cual queda autorizado en Inglaterra y Gales el matrimonio entre personas del mismo sexo.

El Parlamento británico aprobó la nueva norma en julio de 2013, impulsada decididamente por la ministra conservadora de Igualdad, Maria Miller. Aunque se esperaba que la modificación legal entrase en vigor en julio de este año, la ministra anunció el pasado diciembre que los primeros matrimonios gays podrían tener lugar el 29 de marzo.

Brighton es uno de los centros mundiales del movimiento LGBT. El primer contacto de mi familia con esta alegre ciudad tuvo lugar el pasado agosto, coincidiendo con el Pride Parade de 2014. Innumerables carrozas desfilaban por la ciudad; en North Street mis hijos quedaron asombrados por el derroche de alegría que supone una celebración absolutamente exagerada, y también con la extraordinaria presencia del recuerdo imborrable de Freddie Mercury, a quien admiran desde bien pequeños. Seguramente se les escapó el ingrediente más reivindicativo del desfile, con el que se quería recordar que la situación de los gays en Rusia, Nigeria y otros lugares del mundo dista mucho de la felicidad brightoniana. Millones de libras llueven sobre Brighton cada verano, los reencuentros –hay históricos del Pride que vienen cada año- pueblan la calle de abrazos y optimismo y la fiesta al aire libre que bloquea Kemp Town durante varios días ofrece un acento paradójicamente meridional.

Así pues, la oficina municipal del Registro de Brighton & Hove se dispone a estrenar el matrimonio gay el mismo día 29 de marzo. Trevor Love recuerda en su entrevista que en 2005, con motivo de la legalización de las parejas de hecho, consiguió que Brighton fuera de los primeros municipios en celebrar una de estas uniones civiles mediante el registro de tres parejas a las ocho horas y un segundo de la mañana del primer día en que fue legal; y para el 29 de marzo ya está seleccionada la pareja que en Brighton se convertirá en el primer matrimonio del mismo sexo, por cierto, en la Sala de Música del Royal Pavilion y sin coste alguno. Love se muestra orgulloso de que las instituciones de Brighton estén a la cabeza de los avances en igualdad en el Reino Unido y sugiere, con contención británica: “nos gusta pensar que hemos sido útiles a la hora de facilitar la llegada de los cambios”.

Love cierra su entrevista desdramatizando el debate. Se sorprende de que un país tan avanzado políticamente como el Reino Unido haya tardado tanto en “cambiar una simple ley”. Para Love, y contra la opinión de los conservadores que sitúan en este cambio legislativo el amanecer de una nueva Sodoma, el cambio “simplemente sucederá y en pocos años la gente ni siquiera pensará en ello”. Me agrada que para corroborar su afirmación ponga como ejemplo de normalidad “un país tan religioso como España, donde el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal desde hace ya tiempo”. Fue probablemente la única medida justa e importante del peor gobernante de nuestra historia contemporánea, un avance en igualdad que hace que, por una vez, me cueste no sacar pecho por ser español.

(Ilustración publicada por el Houston Chronicle el 25 de enero de 2014)

2 de febrero de 2014

Un tesoro románico inesperado en Clayton

Cuando los normandos conquistaron el reino de Inglaterra, el Conquistador otorgó Lewes y su comarca a su fiel barón Guillermo de Warenne, antepasado o epónimo de todos los Warren que en el mundo han sido. Entre sus propiedades se encontraba la aldea de Claitune, como atestiguó en 1086 ese monumental registro de la propiedad que conocemos como Domesday Book.

Hoy Clayton es una población minúscula, casi un barrio del cercano Hassocks que cuenta, no obstante, con poderosos atractivos. Uno lo constituye la pareja de molinos conocidos como Jack and Jill, ambos del siglo XIX y curiosos por la atribución de sus géneros. En Inglaterra los molinos, como los barcos, son siempre hembras; Jack de Clayton es uno de los escasos ejemplos de molino macho en el país... Pero hablaremos de molinos ingleses en otra entrada.

Otra de las peculiaridades de Clayton es la entrada norte al túnel que lleva el nombre del pueblo, el más largo en la línea Londres-Brighton: una especie de castillito bastante kitsch cuya construcción fue, al parecer, la condición impuesta a la compañía del ferrocarril por el propietario de las tierras bajo las que tenía que discurrir este túnel, allá por los años de 1840.

Pero lo que hace verdaderamente especial este lugar es la parroquia de San Juan Bautista, un templo del siglo XI puesto inicialmente bajo la advocación de Todos los Santos, como era frecuente entre los anglosajones. La iglesia, que conserva originales la planta y gran parte de su estructura, no es especialmente hermosa en la primera impresión. Sin embargo, la visita va sumergiendo al viajero poco a poco, insospechadamente, en un mundo de religiosidad primigenia. Me apasionan las catedrales pero, si en algún lugar encuentro una medida humana que pueda justificar algún tipo de relación espiritual, es en los humildes templos del prerrománico y el románico.

La entrada al recinto se efectúa bajo una de esos pórticos de madera que adornan tantas pequeñas iglesias en Gran Bretaña; su nombre, lychgate, remite al tiempo medieval en que se usaban a modo de capilla ardiente y cobertizo durante los servicios funerales. Hoy prestan su encanto rústico a los templos de los que son preámbulo y, en buena parte de Inglaterra, conceden un rato de protagonismo a los niños en las bodas.






Para acceder a la iglesia en sí hay que atravesar un tramo del cementerio al que volveré más adelante. Ya solo nos separa del interior –literalmente, dada la resistencia que presenta su picaporte- un portón de roble bruñido por el uso que, después de informarnos, sabemos que lleva allí desde el tiempo de los normandos. De la misma época son los frescos que cubren los muros de la nave y que dejan boquiabierto al visitante que entra sin estar avisado.

Como la mayor parte de los templos prenormandos, San Juan Bautista consta de una sola nave de planta pequeña y muros muy altos, más un presbiterio cuadrangular, no absidial, de menor altura. La parte superior de los cuatro muros de la nave está cubierta de frescos de una discreta policromía que, al parecer, permanecieron ocultos tras el enlucido hasta que, durante unas obras de restauración en 1893, volvieron a ver la luz para admiración del mundo. Los frescos del Juicio Final de esta iglesia, únicos en el país por extensión, edad y estado de conservación, son obra del llamado Grupo de Lewes, un puñado de pintores radicados en el Priorato de San Pancracio, el primer monasterio cluniacense de Inglaterra, fundado en Lewes por Guillermo y Gundrada de Warenne tras su visita a Cluny. Aquellos artistas románicos dejaron en Clayton la prueba de que el arte europeo del siglo XII ya había dejado de ser materia de interés local. Resulta evidente el parentesco de sus figuras con otras que conocemos del románico europeo: el pantocrátor en su mandorla, los ángeles y santos de miembros alargados... Amenazadas hoy por la acción disolvente de las heces de murciélago, estas pinturas explican que English Heritage haya clasificado San Juan Bautista como grade I, es decir, de interés más que nacional.






El conjunto inspiró a uno de los firmantes del libro de visitas, a mediados de 2012, las siguientes palabras: “Este es el lugar más especial para encontrar la paz, aclarar la mente y recargar las pilas. Mi hermana, tristemente enferma de esclerosis múltiple y no creyente, me contó que sintió que un brazo solícito la rodeaba cuando entraba en la iglesia”.

Y, a la salida, el extenso cementerio que circunda el templo también es un ámbito especial. Es obligado dar un paseo por entre las ordenadas filas de tumbas, contemplar algunas de ellas convertidas en fértiles parterres, admirar los cruceros de larga tradición insular, leer las inscripciones... El visitante encontrará en el lado sur, casi escondida de la vista de los viandantes, una lápida con el siguiente texto: “Aquí yace/ un gentil caballero/ Sir Norman Hartnell/ comendador de la Orden de Victoria, académico real/ 12 de junio de 1901-8 de junio de 1979/ modista de las/ reinas de Inglaterra/ 1937-1979/ enormemente añorado por sus muchos/ y queridos amigos”. Hartnell ganó su rango de caballero primero al servicio de Elizabeth Bowes-Lyon, y después al de Isabel II, para la que diseñó el vestido de su boda. Este hombre de gusto exquisito, para descansar por toda la eternidad, escogió un lugar al lado de su madre y su hermana en el cementerio de San Juan Bautista de Clayton.










(Fotos propiedad del autor)